Manos que empujan

Es el título de una película de Ang Lee (Manos que empujan en España y Manos milagrosas en México) que vi hace muchos años, cuando ya hacía taichi, y que guardé en mi memoria con la idea de volver a ella en alguna ocasión, el otro día me topé con ella en el Videodromo y la alquilé, no sabía si a Eduardo le iba a gustar, ni siquiera sabía como la vería de nuevo yo misma, y había crecido como los buenos vinos, estupenda, llena de sabiduría.
“Comparado con la soledad la persecución no es nada”, dice el protagonista, un chino que fue perseguido por el régimen comunista de Mao y ahora se enfrenta a la cultura de EEUU donde va a vivir a casa de su hijo, casado con una americana. Me quedé con la frase porque había vuelto a reflexionar sobre la soledad. Durante la semana quedé un tarde con Marta y otra con Gema y otra fui al cine con Eduardo, y por el intenso sentimiento de sentirme acompañada me vino a la memoria los muchos días de soledad, de dura soledad, que viví el, ya, pasado año.

Aunque jamás llegué a este nivel de soledad, la que describe Rilke en las Cartas a un joven poeta:

Mi querido señor Kappus:

No quiero que en esta Navidad le falte a usted mi saludo, cuando en medio de la fiesta su soledad es más pesada que nunca. Si entonces siente usted que su soledad es grande, alégrese. Dice usted bien: ¿qué sería una soledad que no fuese una gran soledad? Sólo hay una soledad, y es grande, y pesada de llevar. Casi todos tienen horas que cambiarían gustosos, a cualquier precio, por alguna comunicación, anodina y trivial, por algún acuerdo con el primer llegado, con el más indigno… Pero tal vez sea precisamente en esas horas cuando la soledad crece, y ese crecimiento es doloroso, como el crecimiento de los niños, y triste como los días que vienen antes de la primavera. No se confunda.
Sólo una cosa es necesaria: la soledad. La gran soledad interior. Ir hacia sí mismo y no encontrar a nadie durante horas, eso es lo que hay que lograr. Estar solo, como lo estaba uno de niño, mientras los adultos iban y venían enredados en cosas que si parecían importantes, era sólo porque los mayores se preocupaban, y porque uno no comprendía nada de ellas.

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