Oficios de Semana Santa

Quise acompañar a mi madre a los Oficios. Más por estar con ella que por la liturgia. Aunque una vez dentro de la iglesia el ritual atrae toda mi atención. Fue especial porque el padre que llevaba la voz cantante era de otra parroquia, muy lejana pues tenía otras maneras, así que hubo dudas, titubeos y otros tropiezos que me sacaban del ritual y me metían en el ajeno papel de observador. Se oían murmullos en la iglesia, más de los cuerpos que de las voces, y me sentí solidaria con su extranjerismo, sin duda, de allende los mares, por el nombre del recinto Basílica Hispanoamericana de la Merced, por el aspecto indio del acólito al que miraba buscando solidaridad, pero nacido español por la pronunciación. Al llegar la eucaristía, descolocó a todos los comulgantes pues no les permitía tomar con la mano la hostia consagrada, a la antigua usanza se la ponía en la boca.
Sonó un teléfono móvil y el arrodillado que estaba frente a mí no solo no se inmutó sino que mantuvo una conversación en la que daba explicaciones de sus pasos y actividad actual.
Yo miraba, como durante mi infancia, los fierros que componen el altar y la imagen del crucificado y pensaba en el frágil equilibrio de las cadenas y en el estruendo que producirían al caer. Y me sentía protegida de cualquier catástrofe por la fe de mi madre.

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