Lo que queda el domingo

El título del blog lo deja claro, se trata de lo que queda el domingo, por eso mismo he decidido publicar los lunes, porque me he dado cuenta de que la semana requiere un reposo, no sólo por las cosas que pueden suceder el mismo domingo por la noche, sino por el sedimento del poso.
La foto de la semana habla por sí sola, la tomé a las 14:50 bajo la atenta mirada de Neptuno que gobierna la Plaza Cánovas del Castillo a unos metros de mi casa, cuando me bajé del autobús. Ya se sabe que la temperatura que marcan los termómetros de la calle está por encima de la real, aun así lo significativo es que nunca antes había visto una cifra tan alta, ni en la canícula veraniega ¡Y estamos en mayo! en la semana cuasi festiva de San Isidro Labrador, patrón de Madrid. Quizá esta ola de calor, por viento africano, explique el mal humor al que he asistido en varias ocasiones en la ciudad. Un mal humor desmesurado para nimiedades, como el hecho de que un guardia de tráfico detuviera el autobús en el que viajábamos, el retraso duró un semáforo. Quizá es que yo era feliz porque se alargaba mi tiempo diario de lectura.

Estaba leyendo el libro "El bibliotáfo" de Leon H. Vincent que defino como un libro que no quería leer y que ahora quiero analizar. Me lo prestó mi hermana Ángeles, un libro de 1898 y un autor que murió a mediados del XX. Poca información se encuentra en internet de tan lejano personaje. Al final de la lectura caí en la cuenta de que me habían descrito a un personaje muy sutilmente, casi sin querer, el bibliótafo, "el enterrador de libros". Cuando cerré el libro sentí que ese personaje ya no me era ajeno y ¡no conocía ni su nombre! Fue como mirar uno de esos cuadros impresionistas, que al acercarte solo ves pinceladas. Hay que alejarse físicamente para llegar a ver el paisaje ¡Y tomar distancia era comenzar de nuevo a leerlo!

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