Madrigal a unos ojos

Le doy vueltas y vueltas a las anotaciones de la semana, me quito y me pongo el rebozo, tomo el iPad, el móvil para ver qué fotos he tomado, qué anotaciones he hecho: Yeats como una eterna asignatura pendiente, yoga, tormenta fotografiada por Adolfo, el cortometraje de Marta, Gonzalo Celorio que me protegió en el pasado, el libro de Terrazas que me llegó sorpresivamente desde México, la feria de decoración que llenó de murmullo la calle, sí, ese murmullo, ascendente, llenaba el salón, era como un río fluyendo a mis pies, el río de la humanidad. Me tapo, me destapo, calor, frío, es la primavera cambiante de Madrid.

Tengo sobre la mesa el libro de Helena Cosano "El viento de Viena", sé que volé leyéndolo, reflexiono al releer la dedicatoria, la fotografío, puede ilustrar esta semana, pero cuanto más busco menos encuentro. Pongo la música de Silemtium de Arvo Pärt y me identifico con esa diéresis de la ä, Me duelen las piernas como cuando he pasado mucha tensión, como cuando bailaba hasta agotarme, como cuando bebo un tequila, un ron, y, hoy, no sé por qué.

Anoté "los ojos de Amadú" para intentar contar que están llenos de alma, de un país lejano en un continente que no he pisado, de una inocencia llena de inteligencia, de una nobleza que podría mantener vivas todas las plantas de este salón con sólo mirarlas.

Me viene a la memoria este poema que me regalaron en la adolescencia, lo busco en internet, lo pego aquí:

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

Recuerdo la letra pulcra, los ojos limpios de un muchacho de provincias, su nombre: Alfonso y el nombre del autor: Gutierre de Cetina pronunciado por él, con cercanía como si hubiera conocido a ese poeta del que nos separaban cinco siglos.
Y todos los ojos desembocan hoy en unos que me miraron la pasada semana y escribí: "eran unos ojos de dios encerrados en un cuerpo de hombre, le hubiera seguido hasta el fin de mundo, como si hubiera encontrado la religión verdadera".

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