Eso fue entre lo que tuve que elegir este viernes cuando regresaba a casa, después de la jornada laboral. Elegir entre las interesantes páginas del libro que tengo entre manos o el increíble cielo que iba persiguiéndome pletórico de nubes. Elegí el cielo único e irrepetible, el libro podía esperar, mayor placer alargar sus páginas hasta el lunes de regreso. La Castellana estaba más hermosa que nunca bajo esas nubes que decoraban su alargado cielo. Fotografié una y otra vez, con el móvil, probablemente convencida de la imposibilidad de mis descripciones. Nubes mammatus respondió Adolfo en cuanto compartí la foto. Como mamas. Las nubes son siempre un espectáculo fascinante, parecen aportar su particular historia. Son la parte de abajo, la capa que forra el cielo, y por tanto, puede intuirse lo que está sucediendo al otro lado. Pero allá la realidad es tan distinta, que se escapa como los sueños cuando quiero contarla. En fin, incapaz de adjetivar intento inventar.
Y el jueves 30 de julio era el otro aniversario, el anunciado cierre de paréntesis del mes. Me acerqué al ahuehuete, por nada, porque sí, porque Alejandro anda más por acá que por allá. Me gusta ese pequeño gesto.
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Para que yo sepa que al otro lado hay alguien