Cada día El País

Este periódico fue mi biblia durante muchos años, se compraba diariamente en la casa familiar. Tenía mis apóstoles que guiaron la oscuridad de la primera juventud: Fernando Savater, Juan José Millás, Ángel Fernández-Santos, Miret Magdalena y muchos otros que me ayudaban a entender el mundo, que me aconsejaban qué leer o en qué película sumergirme. Todavía guardo un archivador con los artículos que más me alumbraron, palabras que algún día volveré a leer, y que me devolverán una lectura de la que fui.
El Dominical llegó a convertirse en una obsesión, no podía tirarlo a la basura sin haberlo leído, lo llevaba en el metro o en las salas de espera, recortaba ilustraciones para hacer collages que nunca salieron de mi cabeza. Dejé de comprarlo cuando se hicieron montaña en mi apartamento de 45 metros cuadrados, esperando a ser leídos.
Ya viviendo sola no compraba la prensa, excepto los viernes o sábados en la que venía mayor contenido cultural. Cambiarme de casa una y otra vez me acostumbró a guardar lo menos posible y la llegada de Internet me desvinculó por completo de esa obsesión y del papel.

Únicamente los domingos, en las comidas familiares de la casa paterna, dedicaba la tarde a echar un vistazo a los periódicos de toda la semana, era la mejor manera de compartir la comunicación silenciosa de mi padre.
Después vinieron unos años de aislamiento del mundo, al que ahora regreso, en buena parte porque El País llega diariamente a esta casa, lo leo mientras desayuno y encuentro un placer nuevo, será que me acerca a España, será la edad, será el gusto de comentar las noticias. Lo que sea, pero lo disfruto enormemente cada día, ya sin el calificativo de biblia que tuvo antaño.

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