Una foto que no tomé

Me pasó, en casa de unos amigos, como a Arantza en su viaje a México, muchas veces decía “quiero vivirlo, no perder un segundo en tomar una foto”.
Primero fue la cortina de agua avivando el verde del jardín, lluvia torrencial desde el cómodo sillón, protegidos por el ventanal del salón; después un atardecer amarillo que solo he visto en esta ciudad, imposible ir a buscar la cámara de fotos, las nubes no esperan, presentan sus mejores galas, bailan un instante, miran nuestra cara de asombro y se van como Cenicientas eternas a punto de las doce campanadas.
Atrapé la foto con mi memoria para compartirla aquí: una de las nubes pintada del amarillo tenue del atardecer junto a una que guardaba el gris de la tormenta pasada, otra algodonada, mullida cerraba el abrazo celestial. Se oscurecía el azul de la tarde.

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