La medida del tiempo

Estoy en México y hay cosas a las que no me acostumbro, una es la medida o el uso del tiempo. El lunes y el miércoles quedé para comer con amigos.
El lunes a las tres, después de varias llamadas y mensajes sin respuesta desde el domingo, convencida de que la cita no se iba a dar, pensé en la posibilidad de un teléfono móvil descompuesto (además de enfermedades, secuestros y peores) y se me ocurrió llamar a su casa, “que ya estaba en la puerta” dijo y colgó. No supe si salía a nuestra cita o a otro lugar. El desconcierto duró los diez minutos en los que volvió a llamar para decirme “ahí nos vemos, dame diez minutos más que llego”…
De la cita del miércoles no supe nada, ni respuesta a llamadas ni a mensajes escritos, hasta el lunes siguiente cinco minutos antes de las tres de la tarde, sonó el teléfono de casa “¿tienes plan para comer?”, ese día comía sola, así que acepté su propuesta, que en media hora, que fue una entera, pasaba a recogerme…
El sábado casi tuve un problema con Eduardo por intentar llegar puntual a una cita... que yo no entendía…, que en México así es…, que llegar tarde está bien…
No me acostumbro, pero he de reconocer que en Madrid en diciembre repetí este patrón, con Arantza, es decir, que aunque no me acostumbro resulta ¡que me he contagiado!...
Podría extenderme con el uso del “ahorita” pero prefiero acabar citando la puntualidad de Marta Aura y la de Patricia Gaxiola, y compartir la deliciosa impasibilidad de La Cibeles, mexicana, que por cierto se casó con Cronos.

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