La fuerza de la repetición



Hay semanas que se diluyen según pasan. Quizá esta ha sido una de ellas. Por esto es una buena ocasión para hablar de la fuerza de la repetición, esas cosas que suceden cotidianamente. Esos actos que de tan repetidos dejan de ser. Esos objetos que de tan vistos desaparecen.
Por ejemplo, el trayecto que realizo en el 27, por la Castellana cada mañana. O los tres minutos que camino desde que desciendo del bus hasta que entro por los tornos del edificio de oficinas. Muchos días digo hoy miro con los ojos y no a través de ellos y me detengo un segundo, siento el aire entrar por la nariz, y capturo el momento.
Otra de las cosas que se repiten es la llegada de un poema, un grupo al que no sé cómo llegué, y que este año envían un poema cada martes. Un poema a la semana es como tomar una copa del mejor vino, deleitarse con todos los sentidos para estar impregnado hasta que llegue el próximo.
El salón de mi casa es otra de las cotidianidades que me hacen extasiarme, habitualmente con la incidencia de los rayos de sol que crea sombras casi vívidas. Pero la otra noche no fue el sol el causante. Tomé el iPad y capturé este panorama.
Y para acabar: el instante en el que me acurruco en la cama, antes de rezar un poema o un padrenuestro, con la horizontalidad recién adquirida, con el abrazo a mi yo, y el agradecimiento por estar ahí. 

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